Creció con abuelas, tías y una madrastra que nunca la quizo. Sus dos hermanos mayores siempre estuvieron ausentes cada uno en la suya.
Ella creció con la ilusión de que algún día llegaría su príncipe azul y el amor tan ansiado. Decía que algún día su suerte cambiaría y luchó por conseguirlo, siempre pensando en los otros.
Un día un amigo le presentó a alguien que, según él, era el indicado para ella.
Algunos meses de noviazgo y felicidad, creía tocar el cielo con las manos. Se casaron, tuvieron hijos y formaron una familia soñada.
Ella siempre lo amó, estaba ciega por él, pasaron los mejores diez años de su vida, porque se amaban y eso bastaba.
Luego, de a poco él comenzó a cambiar, agresiones verbales, desprecios, lágrimas...
Pasaron algunos años más, y ella lo amaba, justificaba a su esposo culpándose por lo que él le hacía. Luego, ella descubrió la raíz de tanto padecimiento.
Él le era infiel, y su velo se rompió; Pudo ver quién era él realmente. "Tantos años con un hombre que núnca conocí...", se decía una y otra vez.
La vida ya no tenía sentido para ella, y a pesar de sus hijos, nada pudo retenerla en este mundo: Se cortó las venas, y se desangró lentamente, mientras él le decía; "Ojalá te mueras pronto, basura, te odio..."
Cerró sus ojos, y sabía que por ese acto no sería Dios quién la esperara del otro lado, pero a pesar de eso prefirió quemarse eternamente en el infierno, el mismo en el que vivió sus últimos días.
-Pobre tonta, creyó en el amor...-